¿Qué cantó realmente aquella noche? El “canto del gallo” en la negación de Pedro

Los evangelios narran un episodio decisivo: la negación de Pedro. Jesús le había anunciado: «Antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces» (Mt 26,34). Y así ocurrió. Pero, ¿qué significa realmente el canto del gallo que resonó en la oscuridad de Jerusalén?
Interpretación tradicional: el canto de un gallo real
La tradición cristiana lo entendió siempre de manera literal. En la iglesia de San Pedro in Gallicantu, en Jerusalén, todavía se ve una veleta dorada en forma de gallo que recuerda aquel instante. El ave que anuncia el amanecer fue para Pedro un símbolo de despertar y conversión.
¿Había gallos en Jerusalén?
La Mishná recoge la norma: «No se deben criar gallos en Jerusalén». Era una medida para evitar la impureza en la Ciudad Santa. Si era así, resulta difícil imaginar un gallo cantando en el patio del sumo sacerdote. Aquí nace la duda: ¿fue realmente un ave?
Hipótesis romana: el gallicinium
En tiempos de Jesús, los romanos dividían la noche en cuatro vigilias. Al final de la tercera, hacia las tres de la madrugada, sonaba una trompeta militar para anunciar el relevo de la guardia. A este toque se le llamaba gallicinium, es decir, “canto del gallo”. Muchos estudiosos creen que este fue el sonido que escuchó Pedro desde la Fortaleza Antonia.
Interpretación judía: la voz del haguever
Otra tradición apunta al Templo de Jerusalén. Al amanecer, un sacerdote —el haguever, “el hombre fuerte”— lanzaba un grito para convocar a los levitas. En hebreo, gever también significa “gallo”. El evangelista pudo estar jugando con ese doble sentido: no era un animal, sino una llamada litúrgica.
Más allá de la literalidad
No sabemos con certeza si fue un gallo, una trompeta o un pregonero. Lo esencial es que Pedro escuchó un sonido que quebró su corazón y le recordó las palabras de su Maestro. Lloró amargamente y desde esas lágrimas comenzó su camino de fidelidad.
El “canto del gallo” sigue sonando para nosotros hoy. Puede ser cualquier voz o circunstancia que nos despierte de nuestra tibieza y nos invite a volver a Dios con el corazón contrito.