En la Iglesia Católica, la elección del Romano Pontífice es un momento de gran gravedad y oración. No se trata de una mera sucesión humana, sino de un acto colegial bajo la acción del Espíritu Santo. Este proceso recibe el nombre de cónclave. En este artículo explicamos qué es, su fundamento eclesial, y algunas cuestiones históricas y litúrgicas que lo rodean.

La palabra cónclave viene del latín cum clave, que significa «con llave». Hace referencia al encierro de los cardenales electores en un lugar cerrado, sin contacto con el exterior, para que puedan discernir con libertad, oración y bajo la asistencia del Espíritu Santo, quién debe ser el nuevo Sucesor de San Pedro.

Etimológicamente, «Papa» proviene del griego páppas, que significa «padre», y era un título cariñoso utilizado en Oriente para referirse a los obispos. En la tradición latina, este título se reservó exclusivamente al Obispo de Roma, el Sucesor de San Pedro.

Existe también una explicación simbólica, de uso devocional, que interpreta «PAPA» como un acróstico latino: Petri Apostoli Potestatem Accipiens, es decir, «Quien recibe el poder del Apóstol Pedro». Aunque no es el origen lingüístico del término, expresa bien el papel teológico del Papa como Vicario de Cristo y pastor universal de la Iglesia.

Jesucristo instituyó a San Pedro como cabeza visible de la Iglesia (cf. Mt 16,18-19), entregándole las llaves del Reino. Desde entonces, ha habido una sucesión apostólica en el ministerio petrino. El Papa es el Vicario de Cristo en la tierra, garante de la unidad de la fe, y pastor supremo de todos los fieles.

El cónclave no es un simple procedimiento electoral, sino un acto eclesial de profundo sentido teológico. El Catecismo enseña que el Papa es elegido «según las normas establecidas por la Iglesia» (cf. CIC, 882), y la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis de San Juan Pablo II regula este proceso.

Participan los cardenales menores de 80 años, quienes forman el Colegio Cardenalicio. Son llamados a ejercer este deber sagrado con conciencia recta, sin buscar intereses humanos, y abiertos a la voluntad de Dios.

Desde el siglo XV, el cónclave se celebra en la Capilla Sixtina, en el corazón del Vaticano. Allí, bajo los frescos del Juicio Final de Miguel Ángel, se suceden las votaciones, mientras los fieles del mundo entero rezan por los cardenales y por la Iglesia.

Se realizan hasta cuatro votaciones al día. Es elegido aquel que obtenga una mayoría de dos tercios. Tras cada votación, se quema la papeleta. Si no hay elección, el humo que sale es negro. Si hay nuevo Papa, el humo es blanco, se repican las campanas y se anuncia: Habemus Papam.

El primer cónclave formal fue en 1274, convocado por el Papa Gregorio X tras un interregno de casi tres años. A lo largo de la historia, la elección papal ha pasado de procesos más abiertos a un sistema más regulado y recogido, siempre con el deseo de evitar influencias externas y asegurar la elección conforme a la voluntad divina.

• El Papa no tiene por qué ser cardenal, ni siquiera obispo, aunque debe ser varón bautizado y católico.
• Si el elegido no es obispo, debe ser ordenado inmediatamente.
• Los cardenales juran guardar secreto bajo pena de excomunión.
• Durante el cónclave, no pueden usar teléfonos ni recibir mensajes del exterior.

Tras el fallecimiento del Papa Francisco el 21 de abril de 2025, el mundo católico se ha volcado en oración. El 7 de mayo se reunirán los cardenales en Roma, invocando al Espíritu Santo para elegir al nuevo Pastor que guiará la Iglesia en estos tiempos recios. Como siempre, la Iglesia confía más en la Providencia que en las estratagemas humanas.

El cónclave es una expresión de la fe de la Iglesia en la acción del Espíritu Santo. No es una elección política, sino un momento de gracia, en el que toda la Iglesia se une en la oración. Pidamos a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que interceda por los cardenales y por el futuro Sucesor de Pedro.

«Espíritu Santo, alma de la Iglesia, ilumina el corazón de los cardenales electores, para que elijan al Pastor que tú has pensado. Que sea un hombre según el Corazón de Cristo, fiel a la Tradición y valiente en la verdad. Amén.»

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